Obras son amores

¿No os parece que hay algo bello en lo inacabado? No sé si lo que me cautiva es color del ladrillo, el orden que logra cada aparejo, la continuidad de las juntas, la luz aún sin filtrar por un vidrio, las herramientas de forja y madera, o mi adicción a las obras; un ensayo sobre la austeridad. Me sucede también con las ruinas, con el pre-operatorio de los edificios para rehabilita. No se trata de la búsqueda de una experiencia estética, sino de una experiencia íntima. Pocas expresiones artísticas otorgan tanta relevancia al receptor como la obra cuya presencia se hace imprescindible para lograr la significación completa de la misma. Ese paso del tiempo detenido en cada estancia, como un libro escrito hace años donde cada página relata un capítulo de la vida de alguien que ya no está. Y luego ficción: una mujer que cocina sale a la terraza, pone la mesa, se sienta en la mecedora y tricota una manta.

No hay dos ruinas iguales, no hay dos obras iguales, aunque el resultado de la reconstrucción sea semejante. Este es mi Wabi Sabi particular, visitar las obras, visitar las ruinas, contemplar las paredes desnudas en construcción como quien contempla un Rothko; la pintura sin pretensiones pero con una noble y merecedora intención de ser, equiparable a la obra del más respetado de los artistas. He aquí la pequeña perversión: dedicar a estas paredes desnudas los elogios y divagaciones que fueron escritos para la obra de Rothko. Podría funcionar.

 “Quizás haya notado que en mis cuadros existen dos características: o bien se trata de superficies expansivas que se dilatan hacia el exterior en todas direcciones, o bien de superficies que se contraen y retraen hacia el interior en todas direcciones. Entre estos dos polos encontrará todo lo que tengo que decir. La obra huye de toda mediación verbal, para sumirnos en un mar de silencio, donde la pintura cobra vida, desde la recepción respetuosa del observador, el cual lentamente se va transformando en un delicado oyente que comienza a vivir la obra de una manera “pseudo-sensitiva”. Se trata de una experiencia en la que los sentidos se van esparciendo lentamente hasta alcanzar una unión absoluta con la creación”.  Rothko